Pasan las horas, sin interés ni pasión,
con el trabajo bien hecho, todo tranquilo.
Alguna sonrisa escondida y deslumbrante,
el eclipse de una falda, esa blusa que nada oculta,
piernas desnudas entre lienzos de tela,
vestidos ceñidos al cuello que nada ocultan.
con el trabajo bien hecho, todo tranquilo.
Alguna sonrisa escondida y deslumbrante,
el eclipse de una falda, esa blusa que nada oculta,
piernas desnudas entre lienzos de tela,
vestidos ceñidos al cuello que nada ocultan.
Siempre me ha gustado la primavera,
los colores del verano en la piel,
las caras y brazos bronceados,
los labios entreabiertos, las mejillas,
sonrosadas, anhelantes, incitantes,
y yo lo miro todo, invisible y discreto.
Las cámaras me muestran un mundo
al que en el fondo no pertenezco,
y vigilo, día y noche, las realidades,
pero también los sueños, de los paseantes,
les sigo con la mirada, compruebo que estén seguros,
y comparto las alegrías y los besos.
De noche, sobre todo, me muevo entre las sombras,
medio invisible, detrás de la mampara
que me aísla del mundo, y pienso,
en todas esas vidas que me son ajenas,
en todas las parejas que observo,
en las aventureras de la madrugada.
De vez en cuando, me ven, que no en vano
siempre soy la cara amable y discreta,
la sonrisa al empezar el día, y la despedida,
al caer la tarde, o en las profundidades de la noche,
y creo que mi alegría y buen humor son contagiosos,
pues me pagarían lo mismo por hacer lo contrario.
Y pasan los días, se acerca el verano,
y con él, con las ráfagas de sol a través del cristal,
regresan las energías positivas, las fuerzas,
quizás incluso el valor para mirarla,
bella desconocida que sin embargo
busca cada día mi sonrisa sin saberlo...
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