jueves, 8 de octubre de 2015

VEINTITRES

Ese extraño dolor que se engarfia en el pecho
cuando la tristeza del amado te alcanza...
Esa impotencia maldita contra el silencio,
porque en el fondo sobran las palabras...

Esa necesidad de abrazarla tan fuerte
para que desapareciera de su alma el miedo.
La distancia, en ocasiones fiel musa
se convierte en una sonora maldición.

Y bullen en mi cabeza pensamientos,
y tramo mil estrategias para verla,
para consolarla y arroparla en silencio,
para convencerla de mi amor sincero...

Mezcla peligrosa e inusual es la nuestra,
amistad fronteriza, amor involuntario,
sumado a un cóctel de viejos miedos,
unidos a la distancia y al esquivo tiempo.

¿Cuántas veces he soñado con el viaje?
¿Cuántas noches he deseado besarla?
Casi a cada momento desde enero,
cuando de mis labios se escapó un te quiero...

Y pasan los minutos y las escasas horas,
y se aproxima el viaje, pero se aleja el sueño,
aumentan el dolor y las lágrimas calladas,
por la dificultad del primer encuentro...

Poco puedo hacer contra su voluntad,
aunque poco a poco voy socavando
el muro que protege su corazón dolorido
y me voy metiendo en sus pensamientos...

Desearía tanto verla, siquiera un momento,
estrechar sus pálidas y firmes manos,
darle un abrazo, tal vez un casto beso,
y hundirme en sus tristes ojos marrones...

Mi corazón es fuerte, pero está sufriendo,
al ver como poco a poco se va hundiendo,
y rechaza por miedo la mano que le tiendo,
y se acoraza en su dolor y en su soledad.

No sé de magia, no soy perfecto ni bueno,
pero ella saca lo mejor de mí, de mis sueños,
de su argentina risa nacen mil poemas,
y de sus lágrimas beben mis secretos anhelos...

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