Tarde de lluvia en Madrid, de otoñal invierno...
Bajo los paraguas, mil humanos se esconden,
y caminan , y corren, y sufren, y mienten,
y se mienten a sí mismos sobre sus vidas,
tan "perfectas y felices" que no hay tiempo,
ni tan siquiera, para la música en el viento...
pero yo sí le escucho, y me paro, atento...
Las notas de un violín desgarran el aire,
y lo llenan de armonías y de lamentos,
acordes zíngaros en medio de Montera...
El violinista tiene los ojos medio cerrados,
fruncidos bajo el ala del ancho sombrero,
y algunas gotas salpican al fiel compañero,
al preciado instrumento lleno de recuerdos...
Medio resguardado por un precario toldo,
el hombre recuerda su vida, sus sueños,
su pequeño y antiguo pueblo en los Cárpatos
su familia, sus gentes, su amada, todos ellos,
arrastrados por el espacio, la tristeza y el tiempo,
y mientras recuerda, nace de su corazón
y llega a sus dedos el profundo lamento...
Mas ahora, cada vez que improvisa los viejos acordes,
escucha de nuevo en su corazón las voces del viento...
Y yo también las escucho, y me detengo, y cierro los ojos,
y sueño con noches junto a la hoguera, en el claro del bosque,
una mujer baila, otras dos con ella, y sus vestidos,
refulgen por el fuego, y ríen, henchidas de libertad,
de ausencias, de tristeza, y de mil lamentos al viento
... al final, regreso a la poesía... aunque no sea demasiado buena... aunque a veces me parezca incluso un poco falsa... porque me quedé enganchado en las marañas de la prosa... pero sobre todo, porque disfruto escribiendo poesía... y compartiéndola contigo...
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