Algunas veces pienso en mis otros amores,
en lo distinto que es todo esta vez,
cuando la fascinación surge de esta manera,
a través primero de mensajes de texto,
y luego de la magia de tu triste voz.
Más distinta no puedes ser
de la última mujer que amé, y que me destrozó,
que se llevó lo mejor de quince años,
una segunda familia, muchos recuerdos,
y que encima me cambió tanto,
que antes de poder conocerte
tuve que reconstruirme de cero.
Encontré refugio en las letras, y luego,
a su debido tiempo, a fuego lento,
te encontré a ti, mi bella dama silenciosa,
la dueña de mis versos, de mis pensamientos.
A través de la entrega de mis sentimientos,
volví a encontrar mi camino, mis sueños,
y a compartirlos si es posible contigo.
Hemos tejido una telaraña de recuerdos,
hecha de música, de libros, de películas,
que me hacen sentirte más cerca
cada vez que necesito tu aliento,
cuando me pesa demasiado tu ausencia.
Pero añoro tantísimo los viejos tiempos,
cuando me llamabas cada noche,
antes de cenar, desde tu casa,
y la comida se enfriaba sobre la mesa,
y mi familia se quejaba en vano,
y me preguntaba si tenía para mucho...
Eran llamadas de media hora, tres cuartos,
y lo planeaba todo en función de ellas,
robándole incluso horas al sueño,
por escuchar tu mágica voz,
cuando lo que menos importaba
eran las palabras, o los silencios,
sino el sentirte cerca de mí...
Ahora me alimento de mensajes de texto,
aplaudo cuando escucho tu voz,
y te llamo de vez en cuando, en vano,
para sentirte más cerca, a mi lado,
en el desierto de los nuevos tiempos...