Pasan los minutos, y las horas, y los días,
el otoño se estira con languidez de invierno,
empieza a hacer frío en mi prisión,
y son sus palabras lo único que me aferra
a la esperanza, la ilusión y la vida…
¡Qué más da si hablan de fuerte amistad,
y no de amor, como yo desearía!
Me muevo entre dos soledades,
entre el trabajo y la vida real,
con un gato negro por único compañero,
pero me bastan mis sueños para sentirla cerca,
con su voz para encontrar la felicidad…
De la amistad al amor, y luego la amistad,
es lo que hay, lo que ella me ofrece, y yo,
pobre poeta con ansias de absoluto,
me debería conformar con ello…
Pero no lo hago, pues mi alocado corazón
por entero le pertenece, y late, desaforado,
con más fuerza, cada tarde, cada noche,
al escuchar su ansiada y lejana voz…
Sigo odiando el teléfono, mas en aquellos ratos,
cuando por su hechizo se esfuma la distancia,
incluso le cobro un pasajero afecto…
Tantas cosas que nos separan, es cierto,
otra ciudad, otros amigos y aficiones,
pero las mismas estrellas para los dos…
Y por eso, cuando las miro en la anochecida,
cuando nace la luna y suena el teléfono,
la siento más cerca, casi podría besarla…
El destino, una vez más, baraja sus cartas,
nos complica la vida, dilatando en el tiempo
nuestro primer y añorado encuentro…
Amistad teñida de amor, por mi parte…
Por la suya, tal vez solamente amistad…
Pero mis sentimientos son fuertes,
y perduran en el espacio, en el tiempo…
Mas prefiero no pensar en el mañana…
Y solamente vivo para escuchar su voz…
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