Suena la marcha triunfal, entran los soldados,
los conquistadores de mil inframundos,
en la ciudad desierta, miles de botas,
aplastan todo resquicio de primavera,
proclamando contra el cielo su victoria...
Desde las terrazas de los edificios, miran,
a sus nuevos amos, cientos de presencias,
los grandes tambores y timbales gritan
los nombres de vencedores y vencidos,
y del nuevo orden... y los viejos miedos...
Ellos, los incontables soldados de élite,
ocupan las arterias de la ciudad caída,
formando un campo de gloria para ella,
su líder, su inspiración, la causa, el fin,
el alfa y el omega de esta cruenta guerra...
Pisadas, tambores, timbales, trompetas,
el dolor que producen en mi corazón,
ciudad sitiada y rendida, arrasada,
se convierte en densa garra de acero,
que se cierra, aprieta, y yo... grito...
los conquistadores de mil inframundos,
en la ciudad desierta, miles de botas,
aplastan todo resquicio de primavera,
proclamando contra el cielo su victoria...
Desde las terrazas de los edificios, miran,
a sus nuevos amos, cientos de presencias,
los grandes tambores y timbales gritan
los nombres de vencedores y vencidos,
y del nuevo orden... y los viejos miedos...
Ellos, los incontables soldados de élite,
ocupan las arterias de la ciudad caída,
formando un campo de gloria para ella,
su líder, su inspiración, la causa, el fin,
el alfa y el omega de esta cruenta guerra...
Pisadas, tambores, timbales, trompetas,
el dolor que producen en mi corazón,
ciudad sitiada y rendida, arrasada,
se convierte en densa garra de acero,
que se cierra, aprieta, y yo... grito...
Grito tu nombre a las estrellas,
lo convierto en vendaval doliente...
pues yo nunca quise amarte, amor,
y, sin embargo, arrío la bandera blanca,
y te rindo mi infiel corazón de poeta...
y, sin embargo, arrío la bandera blanca,
y te rindo mi infiel corazón de poeta...
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