Al girar la cabeza, rehúyes mi mirada,
que te busca, te sigue, te encuentra,
mientras disfrutamos de la mañana,
perezosa, de domingo, entre las sábanas...
Desde hace algunos días, quizás semanas,
ya sabes lo despistado que he sido siempre,
no me miras igual, ha desaparecido algo,
la chispa, en tus ojos negros y almendrados...
Tus ojos ya no me sonríen como antes,
ya no vive en ellos la chispa del tercer amor,
ni siquiera del segundo, ni del primero,
y la letra de tu nombre me quema en el hombro como el fuego, la tinta,
fundida con mi sangre, me cuenta historias
de desamor y de tristeza... Pero claro, si tú,
mi diosa, permaneces en culpable silencio,
¿qué hacer, para que me digas lo que te pasa?
¿Qué te ha pasado, qué nos ha pasado, mi vida,
para que se haya esfumado la verdadera magia?
Y mientras tú te arropas en las sábanas y finges,
lo sé, dormir... yo sé que estás mirando fijamente
algún punto en la pared, buscando respuestas
en medio de la nada, y permaneciendo callada...
Son tus silencios los que más daño me hacen,
esos desiertos llenos de palabras varadas...
Cansado de permanecer inmóvil a tu lado,
me levanto, y lentamente lo recojo todo,
sin cerrar la puerta por completo, voy al baño,
chorros de agua caliente y vapor borran las huellas
de otra noche de pesadillas y medias verdades,
pues con las brumas del sueño comprendo
que poco nos une y mucho, me temo, nos separa,
y nos dejamos llevar por la mutua indiferencia...
Te observo, desde la puerta del dormitorio,
y sé que no duermes, pues las lágrimas
mojan tus mejillas, y los sollozos desgarran
tu pecho... y yo, cansado de verte llorar así,
me siento a tu lado en la cama, me agacho,
despacio, y empiezo a acariciarte lentamente,
tu larga melena negra, tus blancos hombros,
hasta que te serenas, y me dices lo que más temo...
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