viernes, 4 de enero de 2019

CINCUENTA Y UNO

Soñándote, porque en el fondo
no hay mayor pecado
que el no atreverse a vivir.
Me refugio en el tiempo,
en la soledad y en la distancia,
y te escribo en poemas de amor
todas aquellas cosas que no te digo,
los versos son el arma de los cobardes;
pero dejan huellas negras
sobre la página en blanco.

Versos que son lamentos carnales,
mensajeros de otros tiempos,
inmunes a la decepción o al desaliento,
que aletean cual salmones remontando,
contra la corriente, hacia su muerte...
¿Qué pasa cuando no alcanzan
las palabras, su último destino?
¿Cuando no se refugian en los ojos,
en el corazón del amado,
y convertirse en suspiros al viento?

La mayor ventaja es que viven
al margen del tiempo, y pueden esperar,
pacientes y resignados en el cibermundo,
hasta que alguien los lea, para sentir,
aunque sea de manera incierta,
la comunión con un alma atormentada.
Versos que vagan sin rumbo,
rebotando, magullándose, desgarrándose,
pero al mismo tiempo, compartiendo,
naciendo, creciendo, y desapareciendo...

Versos, poemas, que quizás con el tiempo,
se conviertan en libro, en antología,
en algo más que un recuerdo, y que así,
de manera sutil y confiada,
sorprendan a la amada, a mi Dama,
cualquier mañana de primavera,
cualquier tarde otoño o invierno...
Y entonces serán leídos por Ella,
con mensajes de amor, de cariño,
de pequeños y agudos sentimientos...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

140. UN REGRESO INESPERADO

Poemas que se elevan en el viento y alcanzan los cielos de madrugada. Palabras que surgen en la punta de los dedos, y encuentran su camino s...