martes, 1 de enero de 2019

CUARENTA Y UNO

Desde el limbo de los recuerdos imposibles,
te escribo estas líneas, mi hermosa dama,
cuando la ausencia se convierte en un dolor
que mana de mi alma al corazón sediento.

Atrás quedaron tantas charlas al anochecer,
pero también risas, y sueños, incluso silencios,
de esos que todo dicen y nada pretenden,
de viejos amantes incluso, tan cómplices.

Añoro escuchar tu voz cada día, cada tarde,
y que sea ella quien me lleve al sueño,
y desde la distancia me doy cuenta de que,
en el fondo, hubo buenos tiempos...

Me preocupa el futuro, y lo sabes, puesto que
para mí te has convertido en un dulce misterio,
y mido las palabras, los actos y los pensamientos,
en vez de dejarme llevar por los actos, y los sueños.

Sueño con besarte, con estar a tu lado, juntos,
compartiendo de la mano el atardecer
desde el mirador de San Nicolás, incluso con gente,
La Alhambra frente a nosotros, y Granada a tus pies.

Sueño con pasear contigo por las calles desiertas,
compartiendo paraguas bajo la lluvia, sintiendo
nuestros cuerpos unidos por el aire que respiramos,
el leve roce de nuestros hombros, la curva de tu cuello...

Una cena a la luz de las velas en mi restaurante favorito,
ese italiano en la plaza Bib-Rambla, una buena sopa,
algo de vino, la pasta en su punto, tal vez un helado,
el camarero nos hace una foto, sonriendo, al terminar.

En la esquina de tu calle, robarte un beso, y que sea
el primero de muchos, quizás de cientos, una promesa,
el fin de semana por delante, solos y tranquilos,
y ya en tu casa, dejar que hablen nuestros cuerpos...

Sueños, a fin de cuentas, bastante inocentes, lejanos,
casi etéreos, de tarde de verano o noche de invierno,
mientras miro tu foto, quemo incienso, y pienso
que tal vez el destino está escrito en los cielos...

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